Basado en Hechos 22:1-24 (Versión Reina Valera 1960)
Varones hermanos y padres, oíd ahora mi defensa ante vosotros. Y al oír que les hablaba en lengua hebrea, guardaron más silencio. Y él les dijo: Yo de cierto soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, pero criado en esta ciudad, instruido a los pies de Gamaliel, estrictamente conforme a la ley de nuestros padres, celoso de Dios, como hoy lo sois todos vosotros. Perseguía yo este Camino hasta la muerte, prendiendo y entregando en cárceles a hombres y mujeres; como el sumo sacerdote también me es testigo, y todos los ancianos, de quienes también recibí cartas para los hermanos, y fui a Damasco para traer presos a Jerusalén también a los que estuviesen allí, para que fuesen castigados. Pero aconteció que yendo yo, al llegar cerca de Damasco, como a mediodía, de repente me rodeó mucha luz del cielo; y caí al suelo, y oí una voz que me decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Yo entonces respondí: ¿Quién eres, Señor? Y me dijo: Yo soy Jesús de Nazaret, a quien tú persigues. Y los que estaban conmigo vieron a la verdad la luz, y se espantaron; pero no entendieron la voz del que hablaba conmigo. Y dije: ¿Qué haré, Señor? Y el Señor me dijo: Levántate, y ve a Damasco, y allí se te dirá todo lo que está ordenado que hagas. Y como yo no veía a causa de la gloria de la luz, llevado de la mano por los que estaban conmigo, llegué a Damasco. Entonces uno llamado Ananías, varón piadoso según la ley, que tenía buen testimonio de todos los judíos que allí moraban, vino a mí, y acercándose, me dijo: Hermano Saulo, recibe la vista. Y yo en aquella misma hora recobré la vista y lo miré. Y él dijo: El Dios de nuestros padres te ha escogido para que conozcas su voluntad, y veas al Justo, y oigas la voz de su boca. Porque serás testigo suyo a todos los hombres, de lo que has visto y oído. Ahora, pues, ¿por qué te detienes? Levántate y bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre. Y me aconteció, vuelto a Jerusalén, que orando en el templo me sobrevino un éxtasis. Y le vi que me decía: Date prisa, y sal prontamente de Jerusalén; porque no recibirán tu testimonio acerca de mí. Yo dije: Señor, ellos saben que yo encarcelaba y azotaba en todas las sinagogas a los que creían en ti; y cuando se derramaba la sangre de Esteban tu testigo, yo mismo también estaba presente, y consentía en su muerte, y guardaba las ropas de los que le mataban. Pero me dijo: Ve, porque yo te enviaré lejos a los gentiles. Y le oyeron hasta esta palabra; entonces alzaron la voz, diciendo: Quita de la tierra a tal hombre, porque no conviene que viva. Y como ellos gritaban y arrojaban sus ropas y lanzaban polvo al aire, mandó el tribuno que le metiesen en la fortaleza, y ordenó que fuese examinado con azotes, para saber por qué causa clamaban así contra él.
¿Por qué a veces suceden cosas difíciles? Mirándolo a través de la Palabra de Dios, la gran mayoría de las veces por lo cual suceden cosas difíciles es porque no hemos hecho las cosas bien, o sea, uno ha cometido pecado o pecados y se están experimentando de alguna manera las consecuencias de esos hechos. Y francamente hablando, absolutamente todos hemos experimentado esto de alguna manera u otra, y la seguimos experimentando porque las consecuencias pueden ser duraderas. Esto es lo que debemos tener en cuenta, y por eso que la Palabra de Dios y el Espíritu Santo nos guían para poder dejar de hacer aquellas cosas que están mal, que no aprovechan en nada, sino todo lo contrario, que solo acarrean consecuencias dolorosas. Pero, hay ciertas instancias que se sufren ciertas cosas no porque se halla pecado deliberadamente, sino porque hay otro fin de parte de Dios, porque Dios permite todas las cosas, tanto las buenas como las que se ven difíciles, pero todo tiene un propósito. Nada es porque sí, nada más, especialmente en la vida de un discípulo del Señor.
Hay algo que voy a decir aquí que no les agradará a muchas personas, y es: la razón por lo cual muchos solo buscan el beneficio de la salvación, pero no servir a Dios. Quieren un Salvador, pero no quieren a un Señor. Desean ir al cielo y poder lograr todas las promesas y las bendiciones de Dios, pero sin ningún tipo de compromiso, y ni aún menos, sin ningún deseo de servir al Señor. Por eso que estos llamados evangelios populares que han salido en estos últimos tiempos (señales del fin) son precisamente tan populares, porque a muchas personas le llama la atención recibir la salvación de Dios, y que Dios le arregle todos sus problemas aquí, y la idea que pueden obtener el cielo y todas las coronas y recompensas celestiales, sin hacer nada por ellas. Se enseña que, muchas veces que ya no hay nada mas que hacer, y que inclusive, si se les dice a las personas que hay que cumplir con algo, sienten que uno está volviéndose a la ley o a las obras. Finalmente, se enseña muchas veces un evangelio fácil, irresponsable, y como resultado, antibíblico, y por eso que tenemos lo que tenemos hoy en día, una iglesia universal llena de pecado, de desorden, de malos testimonios, y de oscuridad, y de tal manera que el mundo no puede distinguir la diferencia entre si mismo y los llamados creyentes. Francamente, el mundo que necesita la luz de Cristo no la ve por tanto pecado.
El asunto es que van a haber momentos que vamos a sufrir no porque hicimos algo malo, sino todo lo contrario, por tratar de hacer aquellas cosas que Dios sí manda, por cosas que van en contra de la carne. Van a tocar momentos difíciles que Dios mismo va a permitir para llevarnos mas allá, para ver si realmente le amamos, si estamos dispuestos a pagar el precio por seguirle, como lo que vimos aquí en el Apóstol Pablo. El seguir a Cristo tiene su precio, de alguna manera u otra, sea por persecución, sea por circunstancias difíciles, etc., llegaran momentos duros, y la pregunta que Dios hace a través de todo eso es: ¿Me amas? Esto mismo leemos aquí: Grandes multitudes iban con él [igual como ahora]; y volviéndose, les dijo: Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo. Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo. Porque ¿quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta primero y calcula los gastos, a ver si tiene lo que necesita para acabarla? No sea que después que haya puesto el cimiento, y no pueda acabarla, todos los que lo vean comiencen a hacer burla de él, diciendo: Este hombre comenzó a edificar, y no pudo acabar. ¿O qué rey, al marchar a la guerra contra otro rey, no se sienta primero y considera si puede hacer frente con diez mil al que viene contra él con veinte mil? Y si no puede, cuando el otro está todavía lejos, le envía una embajada y le pide condiciones de paz. Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo. Lucas 14:25-33.
El Señor va a permitir cosas que finalmente nos lleven por el camino de la santificación, para poder seguir ayudándonos a despojarnos del pecado que nos puede asediar, el cual puede interferir con nuestro camino hacia la eternidad. Y esos momentos también serán para dar testimonio a aquella nube de testigos, de que sí se puede pasar distintas circunstancias por amor al Señor y a través del poder del Espíritu Santo. Nosotros no podemos hacer las cosas solos, sino solo con el poder del Espíritu Santo. Pero esa dedicación, esa determinación que se vé en nosotros también (como la de Pablo, del cual leímos) puede fortalecer la fe de otros. Entonces, ¿estás dispuesto a pasar lo que sea, hasta las injusticias, por amor a Dios, para poder llegar a la verdadera meta que Su Palabra promete? ¡Qué el Señor les bendiga! John