Basado en Génesis 25:29-34 (Versión Reina Valera 1960)

Y guisó Jacob un potaje; y volviendo Esaú del campo, cansado, dijo a Jacob: Te ruego que me des a comer de ese guiso rojo, pues estoy muy cansado. Por tanto fue llamado su nombre Edom. Y Jacob respondió: Véndeme en este día tu primogenitura. Entonces dijo Esaú: He aquí yo me voy a morir; ¿para qué, pues, me servirá la primogenitura? Y dijo Jacob: Júramelo en este día. Y él le juró, y vendió a Jacob su primogenitura. Entonces Jacob dio a Esaú pan y del guisado de las lentejas; y él comió y bebió, y se levantó y se fue. Así menospreció Esaú la primogenitura.

La Biblia nos enseña: Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá. Romanos 1:17. ¿Por qué es tan importante la fe? Bueno, dentro de lo natural, es bien importante. Porque, en fin, la sencilla definición de la fe es: creer en lo que no se ve. Las personas se den cuenta o no, todo en el mundo y cada persona en el mundo corre a través de la fe. Desde que salimos del vientre, practicamos la fe, aunque por instinto. El primer impulso de una criatura recién nacida es el comer. Y claro, la criatura no pregunta ni entiende lo que se le pone en la boca. Lo único que sabe es que tiene hambre, y lo que le pongan en la boca se lo tomara; sin ninguna duda. Mientras uno va creciendo, alguien le enseña a una criatura a caminar. Y ¿Cómo lo hace? Confiando en que la persona que lo tiene sujeto de alguna manera no lo va a soltar, y comienza a dar sus primeros pasos, confiando instintivamente que sus piernas le van a trabajar, no entendiendo cómo sucede. No sabe nada de músculos, ni de balance, ni de gravedad. Pero, no obstante, se impulsa a caminar con la ayuda de alguien en quien tiene algún tipo de confianza. De cualquier manera, es fe. Como niños, la mayoría de las cosas la aceptamos por fe. Aceptamos lo que se nos enseña como verdad, sin tener ningún tipo de idea si es correcto o no. Un ser humano no nace sabiendo. Todo es aprendido, especialmente lo intelectual. Cuando somos adultos, nuestra fe se practica de distintas maneras. Se practica cuando comemos (muy parecido cuando éramos niños – algunas cosas no cambian). Practicamos la fe cuando le creemos a un empleador que nos va a pagar en algún momento, y confiamos que ese pago va a llegar a su debido tiempo. Practicamos la fe cuando nos subimos a un auto o algún tipo de locomoción todos los días, confiando que llegaremos a nuestro destino. Nos subimos a un avión confiados que llegaremos al lugar que deseamos llegar, volando a kilómetros o millas de altura sobre la superficie terrestre.

¿Qué tienen que ver estos ejemplos mencionados con la fe? ¡Todo! Con referencia a la comida, ¿estuviste presente cuando se cultivaron las frutas; o las verduras, o cuando se crio y alimento el ganado; ¿o cuando se hizo el pan, o se cocinó todo esto? ¿Cómo sabes tu si todo está sano o limpio? Pero, sin saber nada de eso, te lo comiste, y ni siquiera dudaste ni por un instante. ¿Viste si la cuenta bancaria de la compañía a la que le trabajas tiene fondos para pagarte? O, ¿Cómo puedes estar tan seguro o segura que te van a pagar? Lo mismo con los vehículos o los aviones. ¿Sabes como funcionan? ¿Cómo sabes que no van a fallar? ¿Qué te lo asegura? No obstante, todo esto, y muchas cosas más las haces sin ninguna duda, sin saber ni como se hace, y sin ninguna seguridad concreta. Todo esto, y muchas cosas más se hacen con fe (y en algunos casos, con una fe increíble o muy necia, considerando la maldad que existe, y la negligencia que se ve a diario).

Pero ahora, vamos a tratar de empatar el pasaje que leímos hoy con todo esto. Usamos la fe a diario, y con cosas que hoy están y mañana no estarán. Esaú vendió su primogenitura (la cual no solamente significaba el suceder al padre como jefe de familia, sino aún más importante, recibir una bendición especial o privilegio espiritual que se traspasaba de padre a hijo), por un plato de comida. Esaú se fijó más bien en solucionar su problema momentáneo que en la importancia de lo que estaba entregando; como hombre, y como un ser con alma. Básicamente, Esaú vendió la bendición de su alma por suplir una necesidad física y momentánea. No empleo la fe ni para el bien familiar, ni para el bien económico (porque al suceder a su padre, todas las pertenencias económicas vendrían a ser suyas), ni menos, para el bien espiritual de sí mismo y de sus generaciones. ¡Lo boto todo por comida! Suena tonto, ¿no?

Bueno, el grave problema es que muchas personas venden su bienestar espiritual y familiar por cosas que no valen la pena; solo por solucionar o conseguir algo en el momento; o sacrifican lo santo por cosas que solo duran un poco de tiempo, por algo muy temporal. Las personas prefieren aplicar su fe a cosas materiales, o momentáneas, o vacías, que aplicar su fe para salvar y beneficiar su propia alma. Esto sucede todos los días. Y esta es la tentación que enfrentamos todos los días, especialmente como discípulos de Cristo (aquellos que han decido seguir a Cristo). Porque hay diversas tentaciones, pero la tentación principal es el abandonar las cosas de Dios por el pecado y el mundo. Hay muchos que sacrifican su caminar con Cristo por cederle a su propia concupiscencia. Se rinden y echan pie atrás por algún tipo de necesidad que los supera, o más bien, se dejan superar por aquello. Por ejemplo, esto sucede cuando un creyente no encuentra pareja, y prefiere no solo buscar en el mundo, sino también, comienza a adoptar las practicas del mundo con el fin de conquistar a alguien (no importa como sea). Al tratar de llenar su soledad, se apartan de Dios. Fornican si tienen que hacerlo. Se van enredando en el mundo de la otra persona. Hacen yugo desigual. Y siguen descendiendo hasta conseguir lo que desean. Pero esto no es lo que Dios enseña. Porque escrito esta: Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman. Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie; sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte. Santiago 1:12-15. Y existen un sin fin de muchos otros ejemplos de cómo se vende la primogenitura o la bendición de Dios por cosas que no valen la pena; por cosas temporales y pasajeras (como: por dinero, por relaciones nefastas, por vicios, por orgullo, por seguir a la sociedad, por cosas abominables a Dios, etc.). De cualquier manera, la práctica del pecado destruye a la persona, dejando daños en esta vida, pero aún más importante, afectando la eternidad. Nada en este mundo debiera valerte más que tu alma. En fin, esto dice el Señor: El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo. Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda. Apocalipsis 21:7-8. Dios te ama, y mucho, pero tienes que comenzar a amarte y a valorarte a ti mismo también. ¿Adquirirás y mantendrás tu fe en Cristo, hasta el final, te cueste lo que te cueste? ¡Qué el Señor les bendiga! John

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