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Basado en Juan 1:35-42 (Versión Reina Valera 1960)

El siguiente día otra vez estaba Juan, y dos de sus discípulos. Y mirando a Jesús que andaba por allí, dijo: He aquí el Cordero de Dios. Le oyeron hablar los dos discípulos, y siguieron a Jesús. Y volviéndose Jesús, y viendo que le seguían, les dijo: ¿Qué buscáis? Ellos le dijeron: Rabí (que traducido es, Maestro), ¿dónde moras? Les dijo: Venid y ved. Fueron, y vieron donde moraba, y se quedaron con él aquel día; porque era como la hora décima. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan, y habían seguido a Jesús. Este halló primero a su hermano Simón, y le dijo: Hemos hallado al Mesías (que traducido es, el Cristo). Y le trajo a Jesús. Y mirándole Jesús, dijo: Tú eres Simón, hijo de Jonás; tú serás llamado Cefas (que quiere decir, Pedro).

¿Alguna vez han podido comparar una copia de algo al original? Por ejemplo, cuando uno ve el original de una pintura y la copia de la misma, una al lado de la otra, se pueden ver muchos detalles que distinguen la una de la otra. Puede que al momento no se note mucho, pero después de un rato, y claro, teniendo experiencia en lo que uno ve, comienzan a verse todos los desperfectos. Y claro, la copia, por muy buena que sea, siempre va a ser inferior a la original. Ahora, ¿han podido ver la copia de una copia y compararla al original? Si hay diferencias entre el original y la copia de primera generación, ¿se imaginan la diferencia entre la copia de segunda generación y la original, si especialmente ya hay diferencias entre las generaciones de copias? Básicamente, cuando hay copias de copias, ya no queda ni la calidad, ni el detalle, ni menos algo de valor comparativo al original. Es por eso que las copias no tienen mucho valor, ni aunque sean copias de originales muy preciados.

Durante el pasado tiempo, hemos estado viendo la importancia y lo significativo de Juan el Bautista y del Apóstol Juan. Pero también, aunque sean seres muy especiales, siempre debe haber un solo foco: Jesús. La atención nunca se debe desviar hacia las personas, no importa lo que sean o hagan, especialmente cuando nos referimos a lo espiritual. Vemos en el pasaje de hoy que los discípulos de Juan, a la hora que apareció el Señor, dejaron a Juan y comenzaron a seguir al Señor. Cuando el Señor aparece, se debe enfocar toda la atención en el Señor. Muchas veces, sea porque una persona es usada en la vida de uno, o porque vemos virtudes o características resaltantes en alguien, o simplemente por cariño o admiración, se comienza a desviar la atención, y se apartan los ojos del Señor. Vemos inclusive en la iglesia de los Corintios que se comienza a formar divisiones por causa del desvió, como nos cuenta lo siguiente: Os ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer. Porque he sido informado acerca de vosotros, hermanos míos, por los de Cloé, que hay entre vosotros contiendas. Quiero decir, que cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo; y yo de Apolos; y yo de Cefas; y yo de Cristo. ¿Acaso está dividido Cristo? ¿Fue crucificado Pablo por vosotros? ¿O fuisteis bautizados en el nombre de Pablo? 1 Corintios 1:10-13. Nuestros ojos no se pueden apartar del Señor, porque o si no, vendrá el desvió, la división, y el caer espiritual.

Los propios héroes de la Biblia (por decir) enseñaron que el foco debe estar siempre en el Señor. Por ejemplo, el Apóstol Pablo dijo esto: Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo. I Corintios 11:1. La madre carnal del Señor (Maria) también dio esta pauta: Su madre (Maria) dijo a los que servían: Haced todo lo que os dijere. Juan 2:5. Entonces, si ellos mismos dieron el mandato de imitar al Señor, y de hacer “todo” lo que El dijere, el poner los ojos en ellos mismos seria totalmente contrario. La única manera de honrar a una persona es hacer lo que ellos te mandan. Seria absurdo decir amar a alguien y hacer todo lo contrario de lo que ellos piden, ¿no?

Siguiendo el punto, Dios, desde los mismos cielos, dió el mandato que la vista solo debe ser puesta en el Señor. Esto lo vemos en el siguiente pasaje: Aconteció como ocho días después de estas palabras, que tomó a Pedro, a Juan y a Jacobo, y subió al monte a orar. Y entre tanto que oraba, la apariencia de su rostro se hizo otra, y su vestido blanco y resplandeciente. Y he aquí dos varones que hablaban con él, los cuales eran Moisés y Elías; quienes aparecieron rodeados de gloria, y hablaban de su partida, que iba Jesús a cumplir en Jerusalén. Y Pedro y los que estaban con él estaban rendidos de sueño; mas permaneciendo despiertos, vieron la gloria de Jesús, y a los dos varones que estaban con él. Y sucedió que apartándose ellos de él, Pedro dijo a Jesús: Maestro, bueno es para nosotros que estemos aquí; y hagamos tres enramadas, una para ti, una para Moisés, y una para Elías; no sabiendo lo que decía. Mientras él decía esto, vino una nube que los cubrió; y tuvieron temor al entrar en la nube. Y vino una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado; a él oíd. Y cuando cesó la voz, Jesús fue hallado solo; y ellos callaron, y por aquellos días no dijeron nada a nadie de lo que habían visto. Lucas 9:28-36. Así que, ni el Apóstol Pablo, ni Maria, ni Juan el Bautista, ni el Apóstol Juan, ni Moisés, ni Elías, ni nadie más debiera ser el ejemplo a seguir. Al que debemos mirar e imitar siempre es al original, al prototipo, al que es el Principio y el Fin; al Señor Jesús.

¿Qué es lo practico en todo esto? Y aquí volvemos por donde comenzamos hoy, al asunto que sucede cuando se hace una copia de una copia. Si seguimos a otras personas fuera del Señor (no importa lo significativo o especiales que hayan sido), nos convertimos en esas copias muy imperfectas. Nos convertimos en esas copias de copias que pierden totalmente su similitud con el original, con el Señor. Y al perder esa similitud con el original, perdemos todo tipo de valor y precio. No valemos nada, especialmente delante de los ojos de Dios.

Finalmente, la Palabra nos enseña esto: Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre. 1 Timoteo 2:5. Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí. Juan 14:6. El único mediador es Cristo. Y, la única manera que tenemos de llegar al Padre es a través del Señor. Así que, si pones los ojos en alguien más, ya no tienes ni mediador ni acceso al Padre. Entonces, ¿eres un discípulo o seguidor del Señor, o eres discípulo o seguidor de alguien más? ¡Qué el Señor les bendiga! John

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