Basado en Lucas 15:11-24, 16:1-9 (Versión Reina Valera 1960)  

También dijo: Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde; y les repartió los bienes. No muchos días después, juntándolo todo el hijo menor, se fue lejos a una provincia apartada; y allí desperdició sus bienes viviendo perdidamente. Y cuando todo lo hubo malgastado, vino una gran hambre en aquella provincia, y comenzó a faltarle. Y fue y se arrimó a uno de los ciudadanos de aquella tierra, el cual le envió a su hacienda para que apacentase cerdos. Y deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba. Y volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros. Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó. Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo. Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta; porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse.

Dijo también a sus discípulos: Había un hombre rico que tenía un mayordomo, y este fue acusado ante él como disipador de sus bienes. Entonces le llamó, y le dijo: ¿Qué es esto que oigo acerca de ti? Da cuenta de tu mayordomía, porque ya no podrás más ser mayordomo. Entonces el mayordomo dijo para sí: ¿Qué haré? Porque mi amo me quita la mayordomía. Cavar, no puedo; mendigar, me da vergüenza. Ya sé lo que haré para que cuando se me quite de la mayordomía, me reciban en sus casas. Y llamando a cada uno de los deudores de su amo, dijo al primero: ¿Cuánto debes a mi amo? Él dijo: Cien barriles de aceite. Y le dijo: Toma tu cuenta, siéntate pronto, y escribe cincuenta. Después dijo a otro: Y tú, ¿cuánto debes? Y él dijo: Cien medidas de trigo. Él le dijo: Toma tu cuenta, y escribe ochenta. Y alabó el amo al mayordomo malo por haber hecho sagazmente; porque los hijos de este siglo son más sagaces en el trato con sus semejantes que los hijos de luz. Y yo os digo: Ganad amigos por medio de las riquezas injustas, para que cuando estas falten, os reciban en las moradas eternas.

A pesar de que ambas parábolas son relativamente distintas en las circunstancias, hay cosas idénticas entre sí. Lo primero que pudiéramos ver es posiblemente algo tan obvio que se pierde de vista. Muchas veces, hay cosas tan obvias, y nuestro enfoque tan limitado, que perdemos de vista aprender lo esencial. Esto pasa con casi todo lo que Dios hace día a día. Las personas buscan un manifestar de Dios personal y pierden de ver lo obvio por su falta de fe y corazón pecaminoso. Dios se manifiesta siempre, y demuestra Su poder y gloria a cada momento. Nada en el universo se mueve sin Su voluntad. Hay un sinfín de cosas, y todas están sujetas a la voluntad de Dios, y subsisten por la presencia del Altísimo. Vemos hasta lo que llamamos sencillo y lo tomamos por asentado también, como el palpitar de nuestros corazones, o el respirar de nuestros pulmones, o las funciones de nuestro cerebro, cada cosa que sucede dentro de nosotros mismos sin conscientemente haciéndolas funcionar, y todo por la voluntad de Dios, porque también eso lo sustenta la presencia de Dios, como está escrito: Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten. Colosenses 1:16-17. La gran mayoría de las veces, por nuestro pecado, perdemos de vista lo obvio y lo grande, cosas que son demasiado importantes, más importantes que las vanidades y lo temporal en los cuales casi siempre nos estamos enfocando más.

Entonces, ¿Qué es lo tan obvio en ambas parábolas? En la del hijo pródigo, sencillamente no malgastes ni desperdicies lo que Dios te da. No vivas perdidamente haciendo cosas que finalmente no tienen ningún provecho, porque si lo pierdes, nunca volverá. El tiempo que Dios te da nunca volverá. Los bienes que Dios te da nunca volverán. La salud y la juventud que Dios permite que tengan las personas, nunca vuelven. Lo que se gastó y se perdió se fue para siempre. Entonces, ¿para qué esperar pasar hambre? ¿Por qué llegar a hacer y sufrir cosas innecesariamente? Y en la segunda parábola, lo mismo. Sé un mayordomo bueno. No disipes los bienes del Señor. No te pongas en un lugar donde te van a quitar la mayordomía, porque eso, sí sucederá si no cuidas de lo que Dios te da. Puede que diga alguien: ¿Qué me ha dado Dios de lo que tendré que dar cuenta? De todo lo que tienes, sea tu salud, tus seres queridos, tus bienes, tus talentos y capacidades, todo lo que tienes, lo tienes porque Dios te lo ha otorgado. No siempre se trata de dinero o riquezas, aunque también daremos cuenta de eso. Sencillamente, no vale la pena correr riesgos innecesarios, y pasar dolores totalmente evitables. Es necedad no valorar lo que uno tiene, y aún más, porque no solamente se puede perder, pero también darás cuentas un día. Cada persona dará cuenta de todo en su vida, especialmente los que hemos recibido el conocimiento de Dios. Porque, está escrito: Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios. El que viola la ley de Moisés, por el testimonio de dos o de tres testigos muere irremisiblemente. ¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado, e hiciere afrenta al Espíritu de gracia? Pues conocemos al que dijo: Mía es la venganza, yo daré el pago, dice el Señor. Y otra vez: El Señor juzgará a su pueblo. Hebreos 10:26-30. Así que, cuida lo que tienes y úsalo para hacer la voluntad del Padre.

Ahora bien, ¿Qué vemos también en estas parábolas? De que si hemos hecho mal, podemos encontrar gracia ante Dios si hacemos cosas que le agradan. El hijo prodigo volvió en si, y volvió a la casa de su padre, pero con un corazón contrito y humillado, arrepentido completamente de sus malos hechos, y buscando al ser que daño, a su padre. Si volvemos arrepentidos de todos nuestros pecados con un corazón contrito y humillado, a Dios Padre que lo ofendemos con nuestras malas obras, El es suficientemente bueno para perdonarnos a través de Su Hijo Jesucristo. Y de igual manera, si hacemos como el mayordomo malo de perdonarle las deudas a los demás, demostrando misericordia a otros, también seremos alabado por el Señor, como oró el propio Señor: Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Mateo 6:12. Nosotros recibimos el perdón de Dios si nosotros perdonamos a los demás. ¿Es justo perdonar el mal que se nos ha hecho? No. Pero también, ¿Fue justo para el Perfecto y Santo Hijo de Dios pagar por pecados que no cometió, por los tuyos y los míos? Bajo ningún punto. Dios nos justificó a través del hecho más injusto de toda la historia, que el Inocente y Perfecto pagará por los pecadores. Así que, ¿valorás lo que Dios te dá? Y si has hecho mal, ¿buscas hacer cosas que Dios manda para que encuentres Su gracia? ¡Qué el Señor les bendiga! John

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