Basado en 2 Samuel 2:1 (Versión Reina Valera 1960)
Después de esto aconteció que David consultó a Jehová, diciendo: ¿Subiré a alguna de las ciudades de Judá? Y Jehová le respondió: Sube. David volvió a decir: ¿A dónde subiré? Y él le dijo: A Hebrón.
¿Nos puede hablar hoy Dios como habló con David? Y la respuesta es: Sí. Es más, Dios nos está hablando personalmente a cada uno de nosotros todo el tiempo, desde que nace el sol, hasta que se pone, y toda la noche, y hasta a veces en nuestros sueños. Dios nos está hablando siempre y a través de distintas cosas y personas. Ahora mismo, en este mismo momento, no soy yo el que hablo a través de estos pensamientos, sino es parte de la inspiración del Espíritu Santo a través de mi persona como Dios te está hablando en este mismo momento. Dios nos habla siempre.
Entonces, puede que pregunten algunos, ¿Por qué siento que El no habla conmigo? O, quede sin entender cómo es que Dios me habla. El problema no está en que Dios no nos habla, porque ya establecimos que El lo hace a cada momento. El asunto es que, si una persona no se da cuenta que Dios le está hablando, entonces no es de Dios el asunto, sino más bien, el fallo está en la persona no poder escuchar o prestarle atención a Dios. Ese es más bien el problema de porqué la gran mayoría de las personas no pueden escuchar a Dios, porque no están prestándole atención, pero, sobre todo, porque su vida no está en orden con el Señor. Cuando una persona no tiene su vida en orden delante de Dios, sencillamente Dios le puede estar hablando a cada momento, pero no va a poder escucharle ni percibir cuando lo hace. Ese es el problema. El problema nunca es el Señor. El problema siempre reside en el hombre, por su pecado, por no tener su vida en orden delante de Dios.
Ahora bien, ¿Cómo es que David pudo tener hasta diálogos con Dios? Si vemos la vida de David, especialmente en sus mejores momentos, David tenía su vida en orden delante del Señor. Por eso es que esto podía pasar, porque Dios obviamente la hablaba, pero la dinámica era distinta. Dios le hablaba a cada momento, pero David buscaba esa comunión con Dios, hasta al punto de preguntarle qué hacer y no hacer. ¿Qué nos enseña esto? Lo primero es que David había establecido una relación con el Señor. No solamente David creía en el Señor, sino que le buscaba, y a través de esa búsqueda, le obedecía a Dios. Lo que había en la vida de David eran dos cosas basadas en la fe, y otra que es la principal como raíz. Las dos cosas eran: el orden y la obediencia, y debe tener esa prioridad, o sea, primero el orden y después la obediencia.
¿De qué consiste el orden? Lo primero, es reconocer al Señor como tal, y para esto no se necesita ser perfecto, porque David nunca fue perfecto, en el sentido de que cometió pecados. El era pecador. Pero eso nos debiera dar mucha esperanza, porque ninguno de nosotros somos perfectos, o estamos sin pecado. Así que, podemos establecer que el estar libre de pecados no es requisito para poder tener comunión con Dios. Y allí comenzamos a ver la maravillosa gracia de Dios. Pero ahondemos en el orden. El orden en nuestras vidas consiste de no solamente reconocer al Señor, sino de poner nuestras vidas en el orden que El desea. Por lo tanto, El debe ser más que Salvador en nuestras vidas, El debe ser Señor. De eso consta reconocerle como lo que es. Debe ir mucho más allá de simples palabras. Debe ser algo que prácticamente y literalmente sucede en nuestras vidas. Y eso solamente puede suceder con algo muy preciso, con el total arrepentimiento y conversión de pecados. Ese es parte del primer paso para establecer el orden. Dios permite que nos acerquemos a El tal como somos, pero con la condición de que tomemos una decisión plena de dejar atrás todos nuestros pecados, sin justificaciones, sin reservaciones. Debe ser una conversión al 100%. Esto dice la Palabra: Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. 1 Juan 1:9. Esta es la única manera de poder comenzar a poner nuestras vidas en orden delante de Dios, porque el Señor no va a entrar en un corazón que no se ha arrepentido y convertido de todo pecado. Y esto es uno de los graves problemas hoy dentro del cristianismo, que la mayoría no logra nacer de nuevo porque no hay un arrepentimiento completo, y por lo tanto, no entra el Espíritu Santo en una persona. Es imposible. El Señor nos acepta como somos, pero no podemos quedarnos en esa condición. La condición de nuevo que hay que cumplir es el arrepentimiento para que el Señor entre en nuestras vidas. Y el segundo paso que se necesita para establecer orden en nuestra vida, después del arrepentimiento completo, es pedirle a Jesús que sea no solo nuestro Salvador, sino aun más, nuestro Señor, y que tome el lugar principal de nuestras vidas. El cumplimiento del orden en nuestras vidas es que el Señor debe ser literalmente el Señor de nuestras vidas. ¿Por qué? Porque la autoridad suprema del universo debe ser autoridad en nuestras vidas también, sin excepciones y condiciones. Este es el orden de las cosas, nuestras vidas deben entrar en el orden natural del universo. Hasta el diablo debe sujetarse a Dios, entonces, ¿cómo no nosotros, y para salvación?
Entonces, después que se establece el orden en nuestras vidas, debe venir lo siguiente, la obediencia. Ahí es que viene el lado práctico de la fe, que sencillamente debemos buscar la voluntad de Dios y cumplirla. Esto era lo que estaba haciendo David en el pasaje que leímos. David le preguntaba al Señor porque genuinamente deseaba hacer Su voluntad. La obediencia es algo critico y que debe ser parte de la vida de cada creyente. Esto dice la Palabra, por ejemplo: Y Samuel dijo: ¿Se complace Jehová tanto en los holocaustos y víctimas, como en que se obedezca a las palabras de Jehová? Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros. Porque como pecado de adivinación es la rebelión, y como ídolos e idolatría la obstinación. 1 Samuel 15:22-23a. Este es otro grave problema que existe, que la gran mayoría de los creyentes buscan de Dios para que Dios les conceda sus peticiones, pero no para hacer la voluntad de Dios. Y esto también retiene a muchas personas de ser salvas. Sé que se repite muchas veces este versículo, y se seguirá repitiendo hasta que Dios diga y que el pueblo entienda: No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Mateo 7:21. Así que, sencillamente, absolutamente nadie tendrá acceso al reino de Dios si no ha hecho la voluntad de Dios con su vida. No se puede decir mas claro. Entonces, la obediencia a Dios para hacer Su voluntad es un requisito para poder tener acceso al reino de Dios.
Y como fin, ¿en qué debe culminar el orden y la obediencia? En amar al Señor. Todo debe llevar al primer mandamiento, que debemos amar al Señor con todo lo que somos. David amó al Señor incondicionalmente, y de tal manera que el unigénito Hijo de Dios, el Mesías, había de ser llamado: Hijo de David. Entonces, ¿está tu vida en orden delante de Dios? ¿Estás obedeciéndole al Señor? Y finalmente, ¿amás al Señor por sobre todas las cosas? ¡Qué el Señor les bendiga! John. ¡Apoya a Israel! ¡Ora por Israel! ¡Dios bendecirá a los que bendicen a Israel!