Basado en 1 Juan 2:1-17 (Versión Reina Valera 1960)

Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo. Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos. El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él; pero el que guarda su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; por esto sabemos que estamos en él. El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo. Hermanos, no os escribo mandamiento nuevo, sino el mandamiento antiguo que habéis tenido desde el principio; este mandamiento antiguo es la palabra que habéis oído desde el principio. Sin embargo, os escribo un mandamiento nuevo, que es verdadero en él y en vosotros, porque las tinieblas van pasando, y la luz verdadera ya alumbra. El que dice que está en la luz, y aborrece a su hermano, está todavía en tinieblas. El que ama a su hermano, permanece en la luz, y en él no hay tropiezo. Pero el que aborrece a su hermano está en tinieblas, y anda en tinieblas, y no sabe a dónde va, porque las tinieblas le han cegado los ojos. Os escribo a vosotros, hijitos, porque vuestros pecados os han sido perdonados por su nombre. Os escribo a vosotros, padres, porque conocéis al que es desde el principio. Os escribo a vosotros, jóvenes, porque habéis vencido al maligno. Os escribo a vosotros, hijitos, porque habéis conocido al Padre. Os he escrito a vosotros, padres, porque habéis conocido al que es desde el principio. Os he escrito a vosotros, jóvenes, porque sois fuertes, y la palabra de Dios permanece en vosotros, y habéis vencido al maligno. No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.

Unos de los versículos más abusados, por decir, es el primer versículo de nuestra lectura de hoy. Muchas veces se usa para predicar un evangelio muy liberal. Se saca de contexto para ser utilizado para promover una doctrina que busca complacer a las masas. Es realmente un problema muy común el tratar de abusar de la gracia de Dios.

Ahora bien, ¿Dios en realidad es paciente y perdonador? Por supuesto que sí. Él es más que misericordioso con nuestra imperfección, sabiendo que tenemos mucho que aprender y cambiar. Pero el problema viene cuando se trata de abusar de la Gracia de Dios. Digo que se “trata” porque no puede ser abusado. O sea, la Gracia de Dios no opera al placer de nosotros, pensando que nuestra opinión cambia la Santidad y Soberanía de Dios. Lo he tratado de aclarar muchas veces, que ni el mundo visible, y menos el invisible corre al criterio nuestro. Dios no trabaja con nuestra opinión, sino con una realidad y Verdad inalterable. El que quiera seguir una doctrina incierta con fundamentos muy débiles es libre para hacerlo, pero no piense por un momento que Dios es “tan bueno”, o que Él ejercerá una bondad subjetiva, que Él cambiaría Su característica de ser Santo por Su característica de amor (o más bien, convertirla en malacrianza). Él es tanto Amor como Santo. Y en ninguno de los dos términos existe el atropello. Sus dos características son idénticamente importantes.

¿Qué es lo que las Escrituras enseñan entonces? Lo que enseñan es que el que se llama ser cristiano tiene que ser lo que determina el nombre, o sea, seguidor de Cristo. El Señor Jesús es nuestro ejemplo, y como tal, si en realidad queremos hacer las cosas legítimamente, debemos ser seguidores o discípulos del Señor, igual como lo fueron los Apóstoles, y todos los que hemos seguidos después de ellos.

El Apóstol Juan es muchas veces nombrado como el Apóstol del amor. Pero si leemos lo que Dios inspiró a través de él, podremos ver mucho la palabra “amor”, pero rodeado de muchos determinantes. Juan fue el escritor de la Biblia más rígido en la definición de una persona que se llama ser creyente. En nuestro pasaje de hoy, Juan es grandemente determinante: o eres del Señor, o no lo eres; y se verá lo que se vera por lo que haces; no por lo que dices. Él en realidad es muy tajante en sus determinaciones, no dando bajo ningún punto algún lado para la aceptación de la tibieza o lo mediocre. Para Juan, o eres, o no eres.

Guiándonos por el contexto, y en la epístola en su plenitud, podemos ver que el Santo abogado que tenemos ejerce Su defensa para con los que tratan de ser seguidores de Cristo. O sea, esta basado en la persona que trata de cumplir los mandamientos de Dios, y en conjunto, ama a su prójimo. En su totalidad, es basado en los mandamientos principales que volvió a establecer el Señor en los Evangelios: Amaras al Señor tu Dios con todo lo que eres (el primer mandamiento), y; amaras a tu prójimo como a ti mismo (el segundo mandamiento). El asunto es que un discípulo de Cristo debiera tratar de seguir a su Señor; tratando de caminar como Él anduvo. No es una persona que busca desobedecer a Dios y tratar de escaparse con lo que pueda; y aun menos, ser una persona que vive como el mundo vive, haciendo lo que el mundo hace. En rendidas cuentas, la Biblia nos llama a ser Santos, o apartados. No podemos ser parte del montón. Tenemos que dejar que se lleve acabo el proceso que Dios desea llevar acabo en nuestras vidas; día a día cambiando, dejando atrás lo que produce muerte. Ahí es donde principalmente se ve el amor de Dios en nosotros. Su deseo es renovar, reparar, y finalmente, hacer nuevo lo que estaba perdido, roto, y destruido. El tiene como fin ayudarnos a llegar a la perfección, a que nos convirtamos en un tesoro especial; no en que nos conformemos en ser algo sin valor por el asunto de seguir la fuerza maligna que sigue la mayoría del mundo. Él nos quiere transformar para la eternidad; lo incorruptible; para la inmortalidad.

Si entendemos esto, entenderemos entonces que vale mucho mas la pena pasar momentos difíciles aquí en la tierra, que permanecer igual a todos los demás. Y aún más, Su deseo es que nosotros seamos transformados para que ayudemos a ganar a los que están perdidos (nuestro prójimo) como nosotros lo estuvimos. El reino de Dios solo puede crecer al nosotros persistir en vencer al mundo que nos rodea, al tratar de seguir a Cristo fielmente. De otra manera, muchos seres no experimentaran la gracia de Dios por culpa de los que conocieron la Verdad, pero decidieron en vez por la muerte y el mundo que por la vida y la eternidad. Dice así la Palabra: No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos. Gálatas 6:9. En fin, ¿Sigues al Señor, o al mundo? ¡Qué el Señor les bendiga! John

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