Basado en 1 Samuel 9:1-19 (Versión Reina Valera 1960)
Había un varón de Benjamín, hombre valeroso, el cual se llamaba Cis, hijo de Abiel, hijo de Zeror, hijo de Becorat, hijo de Afía, hijo de un benjamita. Y tenía él un hijo que se llamaba Saúl, joven y hermoso. Entre los hijos de Israel no había otro más hermoso que él; de hombros arriba sobrepasaba a cualquiera del pueblo. Y se habían perdido las asnas de Cis, padre de Saúl; por lo que dijo Cis a Saúl su hijo: Toma ahora contigo alguno de los criados, y levántate, y ve a buscar las asnas. Y él pasó el monte de Efraín, y de allí a la tierra de Salisa, y no las hallaron. Pasaron luego por la tierra de Saalim, y tampoco. Después pasaron por la tierra de Benjamín, y no las encontraron. Cuando vinieron a la tierra de Zuf, Saúl dijo a su criado que tenía consigo: Ven, volvámonos; porque quizá mi padre, abandonada la preocupación por las asnas, estará acongojado por nosotros. El le respondió: He aquí ahora hay en esta ciudad un varón de Dios, que es hombre insigne; todo lo que él dice acontece sin falta. Vamos, pues, allá; quizá nos dará algún indicio acerca del objeto por el cual emprendimos nuestro camino. Respondió Saúl a su criado: Vamos ahora; pero ¿qué llevaremos al varón? Porque el pan de nuestras alforjas se ha acabado, y no tenemos qué ofrecerle al varón de Dios. ¿Qué tenemos? Entonces volvió el criado a responder a Saúl, diciendo: He aquí se halla en mi mano la cuarta parte de un siclo de plata; esto daré al varón de Dios, para que nos declare nuestro camino. (Antiguamente en Israel cualquiera que iba a consultar a Dios, decía así: Venid y vamos al vidente; porque al que hoy se llama profeta, entonces se le llamaba vidente.) Dijo entonces Saúl a su criado: Dices bien; anda, vamos. Y fueron a la ciudad donde estaba el varón de Dios. Y cuando subían por la cuesta de la ciudad, hallaron unas doncellas que salían por agua, a las cuales dijeron: ¿Está en este lugar el vidente? Ellas, respondiéndoles, dijeron: Sí; helo allí delante de ti; date prisa, pues, porque hoy ha venido a la ciudad en atención a que el pueblo tiene hoy un sacrificio en el lugar alto. Cuando entréis en la ciudad, le encontraréis luego, antes que suba al lugar alto a comer; pues el pueblo no comerá hasta que él haya llegado, por cuanto él es el que bendice el sacrificio; después de esto comen los convidados. Subid, pues, ahora, porque ahora le hallaréis. Ellos entonces subieron a la ciudad; y cuando estuvieron en medio de ella, he aquí Samuel venía hacía ellos para subir al lugar alto. Y un día antes que Saúl viniese, Jehová había revelado al oído de Samuel, diciendo: Mañana a esta misma hora yo enviaré a ti un varón de la tierra de Benjamín, al cual ungirás por príncipe sobre mi pueblo Israel, y salvará a mi pueblo de mano de los filisteos; porque yo he mirado a mi pueblo, por cuanto su clamor ha llegado hasta mí. Y luego que Samuel vio a Saúl, Jehová le dijo: He aquí éste es el varón del cual te hablé; éste gobernará a mi pueblo. Acercándose, pues, Saúl a Samuel en medio de la puerta, le dijo: Te ruego que me enseñes dónde está la casa del vidente. Y Samuel respondió a Saúl, diciendo: Yo soy el vidente; sube delante de mí al lugar alto, y come hoy conmigo, y por la mañana te despacharé, y te descubriré todo lo que está en tu corazón.
Si entendemos este pasaje, podemos ver que Dios da increíbles oportunidades, y muy desprevenidamente. Vemos a este Saúl que sencillamente salió a buscar algunas asnas que su padre Cis había perdido (en aquel entonces, los animales tenían gran valor material). Así que, este Saul salió obedeciendo a su padre para poder recuperar parte de sus bienes: sucedió un imprevisto, una necesidad, y algo estaba pasando que a lo menos ni Saúl, ni Cis tenían ni idea, algo en el trasfondo, y está perdida de animales era solo lo que abría la puerta (por decir) a un gran evento, y este mismo evento debiera abrirnos los ojos para poder entender que no tenemos ni idea de lo que pasa a nuestro alrededor, y porqué está pasando, y que no tenemos ningún tipo de control sobre todo eso, porque la gran mayoría de las cosas son invisibles o desconocidas para nosotros.
Ahora bien, algunos dirían, y por su mismo desconocimiento: Yo nunca he recibido tal oportunidad de ser algo tan importante. Pero, la realidad es que, sí es muy posible que hallás recibido tales oportunidades, y muchas veces, y de distintas formas. Podrían replicar: ¿Cómo, cuándo, a dónde…? Y por supuesto, la respuesta está en la Palabra de Dios. Para comenzar a ver esto, Dios se presenta personalmente a cada ser humano a través de muchas maneras y de distintas formas, como está escrito: Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad; porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa. Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Romanos 1:18-21. Todo lo creado habla de Dios, de Su magnificencia, de Su poder, de Su persona. El problema es que se toma a tan poca cosa todo lo creado porque se prefiere creer que lo creado, o es un accidente cósmico, o sencillamente es, y nada más, y se toma por asentado. Y como nadie puede ni controlar, ni hacer nada al respecto con todo eso, se toma como algo cotidiano y común (increíble, ¿no?). Se toma como cosas sin importancia el salir del sol que El permite que salga, el aire que respiran nuestros pulmones que El permite que este, el palpitar de nuestros corazones que El permite que suceda, la gravedad del planeta que el sostiene con Su presencia para que no salgamos volando por el espacio, y así sucesivamente. Como está escrito: Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten. Colosenses 1:16-17.
Puede que siga un poco más el asunto de cuestionar el valor del tal llamado de Dios, lo cual, tal incredulidad lleva en si su propio castigo, porque no estamos hablando de la invitación de un ser humano, sino de Dios. Para responder a eso, la Palabra nos enseña esto, el cual es el propósito del Señor con todo ser humano, como está escrito: Y cantaban un nuevo cántico, diciendo: Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación; y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra. Apocalipsis 5:9-10. Cuando Dios nos llama para seguirle, El nos está realmente invitando a ser Sus reyes y sacerdotes, a ser seres de gran nivel en un lugar que supera este mundo temporal, el cual se extiende hacia lo eterno. Dios siempre está buscando a las personas para que le reconozcan y para que se conviertan a El para poder transformarlos en estos reyes y sacerdotes, y El permite imprevistos o situaciones que interrumpen lo cotidiano, para hacer su invitación aún más fuerte, yendo aún más allá de las grandezas diarias que El usa para hablarnos a través de ellas. En fin, ¿Cuáles son tus asnas perdidas, las cosas que están afectándote en alguna manera? ¿Lograrás entender el llamado de Dios cuando estos imprevistos surjan, y, le podrás hacer caso a El para seguirle hacia cosas mayores, o seguirás ensimismado en encontrar tus asnas perdidas y perder la oportunidad a la grandeza eterna? ¡Qué el Señor les bendiga! John