Basado en Hechos 9:20-31 (Versión Reina Valera 1960)  

En seguida predicaba a Cristo en las sinagogas, diciendo que este era el Hijo de Dios. Y todos los que le oían estaban atónitos, y decían: ¿No es este el que asolaba en Jerusalén a los que invocaban este nombre, y a eso vino acá, para llevarlos presos ante los principales sacerdotes? Pero Saulo mucho más se esforzaba, y confundía a los judíos que moraban en Damasco, demostrando que Jesús era el Cristo. Pasados muchos días, los judíos resolvieron en consejo matarle; pero sus asechanzas llegaron a conocimiento de Saulo. Y ellos guardaban las puertas de día y de noche para matarle. Entonces los discípulos, tomándole de noche, le bajaron por el muro, descolgándole en una canasta. Cuando llegó a Jerusalén, trataba de juntarse con los discípulos; pero todos le tenían miedo, no creyendo que fuese discípulo. Entonces Bernabé, tomándole, lo trajo a los apóstoles, y les contó cómo Saulo había visto en el camino al Señor, el cual le había hablado, y cómo en Damasco había hablado valerosamente en el nombre de Jesús. Y estaba con ellos en Jerusalén; y entraba y salía, y hablaba denodadamente en el nombre del Señor, y disputaba con los griegos; pero estos procuraban matarle. Cuando supieron esto los hermanos, le llevaron hasta Cesarea, y le enviaron a Tarso. Entonces las iglesias tenían paz por toda Judea, Galilea y Samaria; y eran edificadas, andando en el temor del Señor, y se acrecentaban fortalecidas por el Espíritu Santo.

Cuando se toma una decisión para seguir a Cristo, no consta de seguir una religión, o de asumir ciertas prácticas, o de obedecer a ciertas reglas. Sino que se trata de algo más profundo, decisivo, y sobre todo, de un cambio de vida, de hacer que nuestra vida tome otro curso totalmente distinto al cual andábamos antes de someternos al Señor. Y cuando algo así sucede, debe haber algo muy visible, y hasta tangible que suceda en nuestras vidas. Finalmente, cuando ese momento genuinamente sucede, se trata de un encuentro con el Dios Todopoderoso a través de la fe en el Señor Jesucristo. Sencillamente, algo totalmente culminativo debe suceder, una transformación que remece los propios cimientos de nuestra vida.

¿Por qué debe haber algo tan notorio en nosotros con ese encuentro con Dios? Porque precisamente de eso se trata el asunto. Puede que no sea algo tan físicamente tangible o notorio como lo que le sucedió a Pablo, pero también, no tan lejano, y algo que no tiene nada que ver con los sentimientos o las emociones, sino con cosas más profundas y significativas. Para poder explicar este tipo de reacción que debe haber en nosotros, debemos primero responder una pregunta: ¿De Quién se trata este encuentro tan notable? De Dios. Dios no es un ser humano. El propio Señor Jesucristo, aunque haya tomado nuestra semejanza de hombre para poder cumplir con el sacrificio en la cruz, era (y es) más que un hombre. Es Dios, el Dios a través del cual Dios Padre creo todas las cosas. El es el Verbo el cual Dios usó para que las cosas fueran creadas. Esto dice la Palabra: Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten. Colosenses 1:16-17. En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. Juan 1:1-3. Cuando nosotros conocemos a ciertas personas especiales en nuestra vida, personas como tú y yo, queda una impresión muy profunda a veces. Por ejemplo, las personas que se casan recuerdan muy bien el primer momento que vieron a esa persona especial. Hay otros que se impresionan con conocer a un artista, o a un atleta, o a una persona rica, o a una persona altamente intelectual, y así sucesivamente. Pero si nos impresionamos con seres humanos que finalmente son de carne y hueso igual que nosotros, que un día están y al otro día perecen, ¿Cómo entonces debiera ser el encuentro con el Dios Todopoderoso, el Creador de los cielos y la tierra? ¿Comienzan a entender el asunto?   

Ahora bien, ¿Qué es lo que produce un real encuentro con Dios, lo que realmente puede transformar al ser humano? Un verdadero y genuino arrepentimiento y conversión, y eso nos pertenece totalmente a nosotros. El Señor siempre está tratando de tener encuentros con nosotros, y nos llama a salvación a cada momento. El problema es que estamos tan concentrados en nuestro propio pecado y voluntad que pasamos por alto a este increíble Ser, a pesar de todas las veces y de las distintas maneras que nos trata de llamar. El pecado es lo que nos ciega, a pesar de lo bueno y correcto que nos creamos. Tal es nuestra dureza de corazón que hasta ignoramos cosas como el brillo del sol de cada mañana, la increíble danza de los planetas que siguen su curso precisamente, y algo tan supuestamente sencillo como el respirar de nuestros pulmones y el palpitar de nuestros corazones, todos hechos posibles porque Dios sencillamente dijo que sean a través de Su Palabra. Esto dicen las Escrituras con respecto al arrepentimiento: Y Juan estaba vestido de pelo de camello, y tenía un cinto de cuero alrededor de sus lomos; y su comida era langostas y miel silvestre. Y salía a él Jerusalén, y toda Judea, y toda la provincia de alrededor del Jordán, y eran bautizados por él en el Jordán, confesando sus pecados. Al ver él que muchos de los fariseos y de los saduceos venían a su bautismo, les decía: ¡Generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera? Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento, y no penséis decir dentro de vosotros mismos: A Abraham tenemos por padre; porque yo os digo que Dios puede levantar hijos a Abraham aun de estas piedras. Y ya también el hacha está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado en el fuego. Mateo 3:4-10. Dios llama. Dios trae convicción de pecado a través de Su Espíritu Santo. Dios nos provee de Su Palabra para que podamos entender. Dios es el que permite las circunstancias para ayudarnos a darnos cuenta de que le necesitamos, pero el responderle a Dios “apropiadamente” nos pertenece totalmente a nosotros. Y si no venimos a Dios con la disposición y el reconocimiento “correcto”, sencillamente, no hay cambio, no hay un nacer de nuevo, como Cristo lo explico. Esto dice la Palabra: Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios. Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer? Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo. Juan 3:3-7.

En Pablo hubo este muy notable arrepentimiento y conversión, y pudo nacer de nuevo, y de tal manera que las iglesias pudieron hasta tener un corto tiempo de paz, porque era Pablo quien perseguía a la iglesia. Su conversión no solo paró la persecución momentáneamente, sino que se convirtió en lo que Dios usaría para que llegará el Evangelio a nosotros hoy. Eso es lo que produce una verdadera conversión, lo que realmente puede transformar al hombre y hacer notoria la presencia del Señor Todopoderoso en la tierra. Así que, ¿Cómo has escogido corresponderle a Dios? ¡Qué el Señor les bendiga! John ¡Dios bendiga a Israel!

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